Somos Hacedores de Caminos que se adentran en el Bosque Habitado. Si los caminos están hechos los recorremos, y si no, los inventamos.
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martes, 7 de julio de 2015

Crónicas del Camino Francés 2015 - 8: La impresionante etapa del Camino más profundo y solitario: Triacastela - Samos - Sarria.

Triacastela en el centro del valle del rio Oribio o de Sarria

Todos me habían aconsejado que hiciera la etapa de Triacastela a Sarria por la alternativa que va por Samos y no solamente por el gran interés de la visita al monumental monasterio, sino porque el trayecto pasaba por parajes y lugares de gran belleza.
Hice caso de los insistentes amistosos consejos y aunque suponía algunos kilómetros más, desde el principio he de reconocer que bien valió la pena el esfuerzo.
Después de la bajada de Ocebreiro se llega a la población de Triacastela, la que descansa en el valle por el que transcurre el rio Sarria al pie del monte Oribio.


Desde Triacastela se nos ofrecen dos alternativas para ir a Sarria. Yo elijo la más larga, la que va por Samos.
Con toda la ilusión del mundo puesta en esta etapa que se presentaba como espectacular, madrugué bastante para bien tempranito empezar a salir de Triacastela que se encontraba todavía adormecida e iluminada por la luz de las farolas. Las claras del día iban abriéndose paso a estas primeras horas de la mañana, mostrando un cielo muy nublado y amenazante de lluvia.

Triacastela, adormecida antes del amanecer

A la salida de Triacastela encuentro el mojón típico del Camino que señala las dos alternativas existentes para ir a Sarria. Si tomamos a la derecha por San Xil, tenemos un recorrido de poco más de 18 kms, mientras que si nos decantamos por el de la izquierda, haremos un rodeo que nos lleva hasta el monasterio benedictino de Samos para cerrar círculo y llegar a Sarria en un trayecto de algo más de 24 kms. En este caso, insisto que bien vale decir que el esfuerzo tiene sobrada recompensa.

¡ A decidir toca!

Entre la hora que era y lo nublado que estaba, los primeros kilómetros en soledad, sin ningún peregrino a la vista, por un estrecho camino de tierra pegado a la carretera LU-633, se me hacen eternos e impresionantes. Parecía como si me estuviera saliendo del Camino trillado de las rutas de manual y me adentrara en un mundo nuevo totalmente desconocido. Menos mal que las fieles flechas amarillas no dejaron de estar presentes y aportaron tranquilidad y seguridad de que el itinerario que llevaba era el correcto.
De repente, en el horizonte que ofrecía la serpenteante carretera junto a la que iba el Camino, aparecen las siluetas apenas iluminadas de dos peregrinos que se me antojaron conocidos rápidamente: el gran Tomo y la pequeña Haruna, con el andar peculiar de la gran zancada relajada de Tomo y los dos pasitos nerviosos de Haruna. Retuve el paso para mantener la distancia y disfrutar de su compañía en soledad. Palabras contrarias estas de compañía en soledad que en estos instantes alcanzaban un completo sentido. De pronto, Tomo empezó a cantar voz en cuello y el escuchar aquellos humanos sones japoneses me relajó y puso paz en mi espíritu. La luz del amanecer era cada vez mayor y los temores de la oscura mañana habían desaparecido totalmente.
Al llegar a la primera población de San Cristovo do Real a unos 4 kms de Triacastela, los japoneses se quedan en un bar junto a la carretera. En este punto, el camino gira a la derecha abandonando el asfalto y adentrándose en hermosos bosques salvajes, espesos, densos e impenetrables con el rio Sarria como hilo conductor.
El Camino se mostró a partir de este momento en toda su espectacular belleza, bosques inmensos de castaños, hayas y nogales. Fértiles vegas junto a diminutas poblaciones de piedra que crecen en torno a románicas y ancestrales iglesias. Ni un alma a esas horas. El arrullo del agua, el cantar de los pájaros y el olor a tierra húmeda me hicieron disfrutar del Camino como no lo había hecho hasta ahora. Me sentí el hombre más privilegiado del mundo.

Molino de agua junto al rio Sarria

El Camino cruza repetidas veces de un lado a otro del rio, para finalmente subir y abrirse en el valle en el que descansa el Monasterio Benedictino de Samos que aparece a vista de pájaro, como por sorpresa y arte de magia. ¡Qué momento tan especial es este de ver a los pies el ansiado edificio junto a la población de Samos!

Aparición a vista de pájaro del Monasterio de Samos.

Un fuerte descenso hasta el valle me pone al frente del monasterio al que despacio me acerco para conocerlo y sentir a flor de piel la antigua esencia que sus viejas piedras emanan. 
Un monje benedictino sella mi credencial, algo que me produce una especial sensación e ilusión.

Llegando al Monasterio Benedictino de Samos

Luego de la obligada visita a tan insigne sitio, el Camino atraviesa la población de Samos y sigue por el lado izquierdo unos cuantos kilómetros junto a la mencionada carretera LU-633, para  pronto abandonarla cruzando a la derecha en una fuerte pendiente que más tarde se suaviza y de ese modo me introduce por un entramado de pistas y carriles unas veces asfaltados y otras de tierra. Son recónditos lugares en los que se nota la naturaleza salvaje y primigenia mostrada en todo su esplendor y en las que es fácil fundirse con inmensos árboles milenarios que crecen entre frondosas praderas de helechos bañadas de cantarines riachuelos abiertos a remansos de agua, ocultos y oscuros llenos de los gorjeos de invisibles pájaros que ponen el contrapunto sonoro a la jornada. Atravieso un rosario de despobladas poblaciones de piedra, con abundantes praderas moteadas de tranquilas vacas que pacen con una envidiable paz. Avanzo sin perder nunca de vista a mis queridas amigas las flechas amarillas, ya que sin ellas no sabría que hacer ni por donde seguir estando perdido irremisiblemente.

Oigo voces y después de superar una curva me encuentro con dos hombres que brocha en ristre y pintura amarilla en lata, pintan y repitan flechas amarillas. Se trata de dos hospitaleros del Albergue de Peregrinos de Samos pertenecientes a la Asociación de Amigos del Camino. Paro para conversar con ellos y les comento la hermosa labor que hacen, esa de pintar flechas para guiar a los peregrinos, cosa que inmediatamente agradecen sobremanera. 
¡Qué bien si en nuestra vida diaria pudiéramos contar con flechas amarillas que nos guiaran cuando estamos desorientados! 

Bosque encantado, denso y espeso

Finalmente, se sube por un carril asfaltado hasta conectar con el tramo que viene de Triacastela por San Xil y pronto empiezan a oírse, en la lejanía, las conversaciones de los peregrinos que por él circulan, lo que me produce la extraña sensación de despertar y a la vez de haber soñado en otro mundo diferente en el que el hombre no es el protagonista, sino otros seres más vitales, antiguos y arcaicos, en los que el agua, la tierra y el sol son los grandes señores.

Jamás olvidaré lo vivido y más aún sentido en esta especial etapa del Camino, que va de Triacastela a Sarria pasando por Samos.

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Buen Camino